Abril 2012, Número 6
 
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Los Tres Cerditos y la burbuja inmobiliaria

Continuamos con nuestro firme propósito de demostrar que los mensajes subliminales de los cuentos infantiles son la causa de muchos de los problemas económicos que sufrimos en la actualidad. Este mes, en juicio sumarísimo declaramos a los Tres Cerditos culpables, por hacernos creer que la riqueza y la seguridad se encuentran "en el ladrillo".

En el cuento original, que según la Wikipedia data del siglo XVIII pero que alcanzó dimensión planetaria gracias al inevitable Mr. Disney, los tres hermanitos porcinos deciden construir sus hogares con el fin de protegerse de las amenazas externas, encarnadas en el perverso Lobo Feroz. El cerdito pequeño, juguetón e inconsciente, la construye de paja para terminar antes; el segundo, de madera; y el mayor, un miedica de tomo y lomo, se dedica laboriosamente a levantar su casita de ladrillos.

Cuando al fin llega el Lobo, dispuesto a cenar chorizo, no tiene ningún problema para derribar las dos primeras a base de soplidos, pero acaba derrotado por la sólida construcción del hermano trabajador. Como cierre del cuento, los Tres Cerditos celebran su victoria mientras bailan y cantan "Quién teme al Lobo Feroz?".

Moraleja de esta versión: tener un montón de ladrillos en propiedad, por mucho esfuerzo que suponga, te mantendrá a salvo de cualquier peligro.

¿Qué opinan de esta enseñanza todos los desahuciados hipotecarios del mundo occidental? Dadas las actuales circunstancias económicas, proponemos una revisión más realista del cuento:

Había una vez tres cerditos que decidieron independizarse. El más joven optó por compartir casa con varios amigos, ya que deseaba ahorrar para conocer otros lugares antes de echar raíces. El siguiente decidió alquilar una agradable cabaña a tiro de bellota de los rincones más interesantes del bosque. El hermano mayor gruñó durante una buena temporada, mientras tachaba a ambos de irresponsables por no abordar de inmediato la inversión más importante de sus vidas: la vivienda en la que habría de transcurrir el resto de su previsible y plácida existencia (siempre que no terminaran convertidos en jamón ibérico, claro está).

Así que el diligente cerdito mayor consiguió una ocupación bastante aburrida y poco lucrativa, pero muy segura, como vigilante del bosque. De esta forma comenzó a juntar poco a poco los ladrillos necesarios y, cuando se desesperaba pensando en lo rutinaria que era su vida, encontraba consuelo en imaginar la espléndida casita que se estaba construyendo. A causa de la inflación, los ladrillos y demás materiales eran cada vez más caros y el proyecto amenazaba con durar más que las obras de la Sagrada Familia, por lo que tuvo la feliz idea de pedir un crédito al Lobo Feroz para acelerar el proceso, poniendo la casa como garantía. Así terminó de construir el hogar de sus sueños, mientras se disponía a pasar unos cuantos años más devolviendo en cómodas cuotas la cantidad recibida. Durante un tiempo su sensación de riqueza aumentó de forma exponencial, a medida que los precios de las casas se disparaban a lo largo y ancho del bosque. El frenesí constructor llegó a tal extremo que ningún pájaro elegante tenía menos de tres nidos (con sus correspondientes préstamos) y el Lobo Feroz era el tipo más respetado y opulento del lugar.

Mientras tanto, el cerdito mediano había encontrado un empleo muy atractivo en otra comarca; poco después comenzó a invertir parte de sus ganancias en diversos proyectos que, en conjunto, resultaron muy rentables. Por su parte, el hermano menor había descubierto su vocación culinaria y se había convertido en un respetado y muy bien pagado chef: sus tartas de bellota deconstruida cosecharon un éxito espectacular incluso en los bosques más remotos, y animales de todas las especies acudían a su "Restaurante de la Dehesa", lugar de difícil acceso que aumentaba el misterio y la reputación de su cocina.

Un buen día, los recursos del bosque comenzaron a escasear y la euforia constructora se vio bruscamente interrumpida. El precio de las casas de desplomó. El pájaro carpintero, los topos excavadores y todos aquellos animales que vivían de la edificación se encontraron sin trabajo. Los problemas se extendieron pronto a las demás especies, y el Lobo Feroz comenzó a enviar amenazadoras cartas a los prestatarios que tenían dificultades para devolver las cuotas. Uno de los primeros afectados fue el cerdito mayor, que había perdido su puesto porque el oso presidente, en su sabiduría, había llegado a la conclusión de que el modesto salario del vigilante le descuadraba el presupuesto. Así que nuestro cerdito se encontró de repente en mitad del bosque con todas sus pertenencias terrenales guardadas en dos maletas, mientras el Lobo Feroz tomaba posesión de su amado hogar sin necesidad de soplido alguno.

Como el precio de la casa en ese momento no alcanzaba a cubrir la deuda pendiente, el Lobo Feroz comenzó a relamerse y se dispuso a saldarla comiendo chuletas de cerdo. Por suerte, en el último momento apareció el cerdito emprendedor para cancelar el préstamo de su hermano. Como bien está lo que bien acaba, celebraron el reencuentro familiar en el selecto restaurante del cerdito chef, mientras bailaban y cantaban "¿Quién teme al Lobo Feroz?".

Moraleja: no hay ninguna fórmula mágica que te proteja de la incertidumbre, así que disfruta de la vida haciendo lo que realmente te gusta. ¡Y piénsalo bien antes de endeudarte con el Lobo Feroz!





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Cuentos del Juglar Financiero por Cristina Carrillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
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