Mayo 2012, Número 7
 
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Pulgarcito y los ajustes anti-crisis

Mientras algunos padres opinan que los cuentos infantiles pueden llegar a ser extremadamente crueles, muchos expertos aseguran que son la mejor forma de familiarizar a los más pequeños con las realidades del mundo. En esta ocasión, el juglar financiero ha destrozado el Pulgarcito de Perrault, con el laudable propósito de que los niños de hoy se encuentren mejor preparados que sus progenitores para afrontar todo tipo de crisis, ajustes y recortes.

Para los que ya han olvidado el cuento original o nunca han tenido el disgusto de oírlo, Pulgarcito es el diminuto hijo menor de una prolífica familia de pobres leñadores. Tan pobres, tan pobres, que no viéndose capaces de mantener a sus siete pequeños, los abandonan en dos ocasiones en mitad del bosque, para que espabilen y se busquen la vida por su cuenta. La primera vez, Pulgarcito decide no captar la indirecta y encuentra el camino de regreso a casa tras haber dejado un rastro de piedrecitas. En la segunda ocasión tiene un pequeño error de cálculo y utiliza migas de pan, que son devoradas por los pajarillos del bosque. Tras escapar por los pelos de un malvado ogro y robarle sus botas de siete leguas, los hermanos regresan felices y contentos al hogar, no sin antes amasar una fortuna por el camino (parece que a esas alturas ya habían comprendido que sin dinero no iban a ser bien recibidos).

En nuestra versión actualizada del cuento, los padres de Pulgarcito no hicieron algo tan burdo como dejarlos en mitad de un bosque a merced de los ogros, acto que hubiera resultado difícil de justificar ante los servicios de protección de menores. En lugar de eso, convocaron una reunión familiar en torno a la chimenea, y el padre se dispuso a leer la nota de prensa que había elaborado tras consultar a un reputado experto en comunicación corporativa:
"Con profundo pesar pero inquebrantable fe en el futuro, los responsables de esta casa nos vemos obligados a realizar ciertos ajustes presupuestarios que, si bien exigen dolorosos sacrificios a corto plazo, resultan imprescindibles para evitar la quiebra de nuestra unidad productiva familiar. Dado que el nivel de los recursos disponibles no alcanza para mantener el desempeño normal de la actividad, después de muchos cálculos y consideraciones no encontramos otra solución que realizar algunos retoques en el presupuesto del hogar:

Punto 1. Ajuste del 80% de los gastos en educación. Esto significa que sólo 1,4 de nuestros hijos pueden continuar asistiendo al colegio. Puesto que tal cifra no tiene sentido práctico alguno y para no incurrir en discriminación entre nuestros retoños, se decreta la cancelación total de la inversión en este apartado.

Punto 2. Ajuste del 80% de los gastos médicos, lo que implica que todo niño que caiga enfermo tendrá que sacar el dinero de la hucha para sufragar el tratamiento y las medicinas, ya que el 20% de los fondos disponibles sólo alcanzan para la atención sanitaria de la cúpula directiva (es decir, los padres).

Punto 3. Ajuste del 80% en gastos de vivienda y suministros. Esta unidad productiva familiar no puede financiar el alojamiento y la manutención de elementos improductivos, ya que los escasos recursos disponibles deben destinarse al sostenimiento de la estructura directiva".



Tras la solemne lectura del comunicado por parte del cabeza de familia, Pulgarcito y sus hermanos se miraron atónitos, sin asumir del todo las implicaciones de lo que acababan de escuchar.

"Esto quiere decir, mis adorados pequeñuelos", intervino entonces la madre, mientras pretendía enjugarse una lagrimilla con el pañuelo, "que no podemos seguir manteniéndoos por más tiempo, por lo que tendréis que buscar otro lugar donde vivir".

"¡Pero si nunca hemos ido más allá de los límites de la aldea!", exclamó asustado el hermano mayor. "Nos perderemos en el bosque… ¿Quién sabe qué peligros nos acechan allí?".

Entonces Pulgarcito, que era la prueba viviente de que el tamaño y la bravura no guardan relación directa (de hecho, todos sabemos que el mundo está lleno de gigantescos cobardes), asumió la tarea de animar a sus hermanos. "¡No os preocupéis! Mañana haré algunas indagaciones y lo prepararé todo para que nos pongamos en camino. ¡Ya veréis como todo saldrá bien!".

Dicho y hecho. Al día siguiente, Pulgarcito acudió al Centro Comunitario de la Aldea y se conectó a Internet. Gracias a las utilidades Boosque Earth y Boosque Maps, no sólo encontró la ruta más rápida y segura para atravesar el desconocido bosque evitando a los ogros, sino que se enteró de que, justo al otro lado, se encontraba la frontera de entrada a un reino vecino mucho más avanzado y próspero.

Con tan buenas noticias y un plan de viaje, Pulgarcito y sus hermanos pronto estuvieron listos para emprender la aventura. Ligeramente avergonzada (pero sólo ligeramente), la madre les entregó algunos mendrugos de pan duro. Sin embargo, Pulgarcito era un chico muy práctico y ya daba por cerrado ese capítulo de su vida, así que rechazó con mucha dignidad la patética ofrenda: "Gracias, madre, pero ya encontraremos algo comestible en el bosque. Mejor guárdalo para la cúpula directiva. ¿Qué esperas que hagamos con ese pan duro? ¿Acaso crees que voy a dejar un rastro de migas para encontrar el camino de vuelta?"

Sin más dilación, los decididos jovencitos partieron en busca de nuevos horizontes. Gracias a los mapas de Pulgarcito llegaron sin contratiempos al país vecino, y lo primero que hicieron fue buscar un colegio para preguntar si podían completar su educación (después de todo, sólo eran niños). Cuando el Director comprobó lo inteligentes y bien dispuestos que eran, les dio una beca completa con la que pudieron terminar los estudios. Al cabo de pocos años, todos los hermanos habían logrado desarrollar sus habilidades y eran profesionales felices y prósperos.

Un buen día, les picó la curiosidad y se les ocurrió ir de vacaciones al hogar de su infancia, para ver qué había sido de sus padres y de sus antiguos vecinos. Sin demasiada sorpresa, constataron que la aldea seguía anclada en el siglo XIX; ni siquiera las hojas de los árboles parecían haberse movido de su sitio. Sus padres, ahora más ancianos, seguían esforzándose para subsistir de forma precaria. Por supuesto, al ver el éxito de sus retoños se apresuraron a pedirles una contribución económica, apelando a la voz de la sangre (a la que ellos habían hecho oídos sordos unos años antes). Pulgarcito y sus hermanos les prometieron una pequeña ayuda, porque eran de corazón generoso y porque, aun sin pretenderlo, aquellos padres tan cortos de miras les habían hecho un gran favor.





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Cuentos del Juglar Financiero por Cristina Carrillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
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