Diciembre 2012, número 14
 
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La alcancía nueva del gobernador

En su maravilloso relato El traje nuevo del emperador, Hans Christian Andersen muestra las estupideces que podemos llegar a cometer los humanos para mantener la auto-imagen y el sentido de la propia importancia. Empeñado en aparentar que veía la tela del traje que aseguraban haberle confeccionado dos hábiles estafadores, el emperador del cuento acaba desfilando desnudo por toda la ciudad. "Esta tela es tan mágica que sólo pueden verla las personas honestas e inteligentes", habían explicado los presuntos tejedores. Así que el rey, sus consejeros y todos los ciudadanos continuaron elogiando aquellos costosos ropajes… hasta que un niño dejó oír la voz de la inocencia y exclamó: "¡Pero si el emperador no lleva nada!". Nuestro juglar aprovecha esta historia para explicarnos los acontecimientos económicos que se han producido en los últimos años.

Érase una vez un país tan, tan, tan lejano, que incluso estaba en otra galaxia. Es importante recordar que estaba lejísimos, para que nadie piense que lo que aquí se relata puede llegar a suceder alguna vez en nuestro planeta. ¡Jamás! ¡Tal cosa sería una imposibilidad completamente imposible!

Pues bien, en aquel remoto lugar había un gobernador a quien le encantaba mandar. Además, lo hacía estupendamente… o eso pensaba él. Como los consejeros y chambelanes que le rodeaban se beneficiaban muchísimo de su privilegiada posición, no tenían ningún pudor en aplaudir todas sus ocurrencias, por muy absurdas que fueran. Como es lógico, el ego del gobernador estaba tan sobrealimentado que adquirió entidad propia, hasta el punto de que tuvieron que construirle unos aposentos para él solito.
Un día llegaron al país unos individuos elegantemente vestidos, que pidieron una audiencia con el "superdotado gobernador de este ilustre país". Parecían tan seguros de sí mismos y hablaban con tanto aplomo que nadie se atrevió a cuestionar sus propósitos, y fueron conducidos de inmediato ante el poderoso líder.

"Admirado prócer", comenzaron con gran pompa,"somos unos sabios expertos en multiplicar la riqueza de los países, mediante complejos procedimientos alquímicos cuya comprensión sólo está al alcance de unos cuantos elegidos. Poned en nuestras manos todos los recursos de que disponéis y, en unos meses, las riquezas obtenidas serán tan incalculables que todos vuestros súbditos comerán con cubiertos de oro y brillantes y pasarán las vacaciones en esplendorosas villas junto al mar. Para que podáis comprobar en todo momento el progreso de nuestro trabajo, construiremos en la Plaza Mayor una enorme alcancía transparente en la que se irán acumulando el dinero, el oro y las piedras preciosas".

"¡Cielos!", exclamó el gobernador. "¿Puede ser cierto lo que decís? ¡Por supuesto, contad con nuestra cooperación! Decidme, ¿qué podemos hacer para que estéis cómodos mientras ejecutáis vuestro magno proyecto?".

"¡Oh, poca cosa! Después de todo, somos eruditos y tenemos gustos sencillos. Bastará con que nos proveáis de una mansión apartada con algunos espacios de ocio y recreo (¡la alquimia financiera que practicamos es una disciplina estresante y agotadora!). Por supuesto, no pagaremos tributo alguno mientras vivamos aquí, ya que los servicios que os vamos a prestar son imposibles de valorar… La mansión deberá contar también con una caja fuerte en la que depositaréis todos los recursos del país, pues son la materia prima de nuestra labor multiplicadora. Por supuesto, sois libres de visitarnos en cualquier momento y con gusto os daremos todo tipo de explicaciones sobre el progreso de la tarea, aunque tenemos que hacer una advertencia: ¡No todo el mundo puede comprender los pormenores de lo que hacemos! Sólo las mentes más capaces y los espíritus más inquebrantablemente honrados podrán visualizar las riquezas que irán amontonándose en la alcancía".

Deslumbrado, el gobernador aceptó sin vacilar todas las exigencias de los sabios. Por supuesto, sus súbditos no necesitaban cubiertos de oro (todo el mundo sabe que la gente humilde se arregla con cualquier cosa), pero a su ego y a él le vendrían muy bien unos cuantos palacios más y muchos bienes de importación que proclamaran su elevado rango.

Al día siguiente, frente a la fachada principal del palacio del gobernador comenzó a construirse una gigantesca alcancía transparente. En un primer momento hubo algunas discusiones sobre la forma ideal: ¿El tradicional cerdito? ¿Un simple cubo, para que pudiera contener una mayor cantidad de riquezas? Como los consejeros no se ponían de acuerdo, acabó por imponerse (como siempre) el voto de calidad del gobernador: "¡Tendrá la misma forma que mi palacio!". Y así se hizo. En pocos días, en la antaño amplia explanada se levantó una inmensa estructura de cristal que replicaba el ostentoso palacio del gobernador. La plaza quedó completamente inservible para el uso público, pero nadie osó protestar. Al fin y al cabo, ¡todos se iban a beneficiar de las asombrosas riquezas que iban a crear lo sabios!

Pasaron algunas semanas y la alcancía de cristal seguía tan imponente como el primer día… y exactamente igual de vacía. Un poco preocupado, el gobernador llamó a su hombre de confianza y le pidió que preguntara a los sabios cuándo empezarían a aparecer las riquezas. El consejero se presentó en la mansión y los encontró tomando el sol junto a la preciosa piscina que se había construido para su solaz.

"¡Bienvenido, querido amigo! ¡Qué fortuna que nos hayas encontrado en uno de nuestros escasos momentos de esparcimiento! ¿Qué podemos hacer por ti?".

"Bien…"
, vaciló el hombre, "el gobernador siente un gran interés por el progreso de vuestro trabajo".

"Ah, bendita impaciencia"
, rieron los sabios. "¿Acaso cree nuestro ilustre anfitrión que la alquimia funciona según un estricto cronograma de actividades? Bueno, bromas aparte, entendemos perfectamente su inquietud. De hecho, tenemos preparada la documentación en la que explicamos las fases iniciales del proceso. Puedes consultarla tú mismo; como hombre de confianza del Excelentísimo y Honorable Gobernador, sin duda posees la mente brillante y despierta que se requiere para entenderlo".

Dicho y hecho, le pusieron en las manos un tomazo de quinientas páginas, plagado de fórmulas matemáticas, gráficos llenos de flechitas y palabras y abreviaturas incomprensibles. Mientras pasaba lentamente algunas hojas, el pobre consejero sentía sobre sí la mirada fija de los sabios. "¡Debo de ser un imbécil!", concluyó, desesperado. "'No comprendo absolutamente nada! ¿Estará en mi idioma? ¡Esto no tiene orden ni concierto, ni pies ni cabeza!".

En ese momento, uno de los sabios intervino: "Te hemos entregado un extracto simplificado del documento original, pues comprendemos que los gobernantes sois personas ocupadas y vuestro tiempo es muy valioso".

Al oír esto, el hombre estuvo a punto de echarse a llorar, pero recobró con rapidez la compostura (después de todo, era un político) y asintió muy serio: "Es de agradecer vuestro esfuerzo divulgativo, aunque no hubiera sido necesario. Con un simple vistazo he captado lo esencial del sistema y debo felicitaros por vuestra genialidad".

"En tal caso", apuntó otro sabio, "también habrás visto los montones de oro y plata que ya han aparecido en la alcancía".

En esta ocasión, el consejero tuvo que recurrir a toda su experiencia en las mesas de póquer para no revelar su sobresalto. "¡Ah! ¡Oh! Sí… sí, por supuesto... Notable, sí, muy notable que hayáis empezado a conseguir resultados con tanta rapidez. Os agradezco mucho vuestra diligencia: ahora mismo voy a informar de todo al gobernador".

Y salió disparado de allí, intentando convencerse a sí mismo de que los ruidos sofocados que oía a sus espaldas no eran las risas de los sabios.

Por supuesto, en cuanto llegó a palacio entregó al gobernador la información "divulgativa", y le animó a asomarse al balcón para contemplar por sí mismo las riquezas que habían comenzado a amontonarse en la alcancía. El gobernador, que siguió la misma línea de pensamiento que su leal consejero, se mostró entusiasmado ante los primeros resultados visibles del proyecto. Todos los habitantes de palacio fueron invitados a leer el documento y contemplar la alcancía de cristal. La conclusión fue unánime: ¡Qué gran sagacidad la del gobernador, al confiar el futuro económico del país a tan excepcionales personajes! Enardecido por los elogios, el gobernador otorgó a los sabios el rango de "Caballeros Banqueros del País" y, acto seguido, ordenó una recaudación extraordinaria de impuestos entre la población: cuantos más recursos se destinaran al misterioso procedimiento multiplicador, más espectaculares serían las ganancias obtenidas.

La situación se prolongó durante varios meses más. Diferentes consejeros fueron enviados a la mansión de los sabios, y todos recibieron el mismo tratamiento. Después de cada visita, el gobernador celebraba con grandes aspavientos la buena marcha de los trabajos y señalaba a los demás el imparable aumento de las riquezas que se acumulaban en la alcancía. "¡Ya ha superado el primer piso!". "¿Os habéis fijado? ¡Está a punto de alcanzar la altura del balcón principal!". "¡Increíble! ¡Ya casi ha llegado al piso superior!". Huelga decir que todos los consejeros y chambelanes aplaudían con idéntico fervor. Incluso los ciudadanos, que habían sido informados de la mágica cualidad de la alcancía, deseaban demostrar su inteligencia y honradez y se mostraban maravillados por la inaudita prosperidad que tenían al alcance de la mano. Como cada habitante del lugar pensaba que era el único que no veía nada, todos se comportaban como si las riquezas existieran de verdad, y se inició un curioso fenómeno de compras a crédito: el consumo se disparó sin que nadie se planteara la posibilidad de que en el futuro no hubiese riquezas suficientes para pagarlo. Al fin y al cabo, ¡el país entero estaba viendo aumentar el contenido de la alcancía!

Finalmente, un buen día los "Caballeros Banqueros del País" se presentaron de nuevo ante el gobernador. "¡Hemos concluido nuestra tarea! Otros países de la galaxia reclaman nuestras habilidades y nos vemos obligados a partir, pero como podéis apreciar hemos cumplido lo que os prometimos. ¡La alcancía está tan repleta que apenas cabe un lingote más! Tenemos que felicitaros por el gran número de súbditos cabales e inteligentes que habitan este bello país: hemos notado que la gran mayoría, por no decir todos, son capaces de contemplar las riquezas que hemos generado".

Y los sabios abandonaron el lugar con suma dignidad, mientras los consejeros encargados del presupuesto nacional se preguntaban, agobiados, cómo iban a distribuir unos recursos que ni siquiera podían ver. El gobernador, que por supuesto tenía que parecer más honrado y listo que nadie, decretó dos días de fiesta y organizó una gran celebración colectiva para que todos pudieran presenciar "la apertura de la alcancía", tras la que se iniciaría una etapa de bienestar y prosperidad como no se había conocido jamás.

Llegado el gran día, muchos ciudadanos madrugaron para asegurarse un lugar en los escasos espacios libres de la Plaza Mayor. Apiñados cual viajeros del metro de Tokio en hora punta, pegaban las narices contra el cristal de la alcancía y exclamaban: "¡Fíjate en ese brillante! ¿Aquellas piedras son rubíes? ¡Jamás imaginé que el oro pudiera brillar tanto!". Y así sucesivamente… Por fin, el gobernador apareció y se dispuso a cruzar con gran solemnidad la pasarela que se había construido entre el balcón principal del palacio y la alcancía de cristal. Un paso detrás de él, su primer consejero acarreaba un pequeño cofre, en el que se depositarían simbólicamente los primeros tesoros extraídos. El gobernador abrió una de las ventanas del palacio-alcancía, introdujo las dos manos y, aparentando gran satisfacción, depositó el "contenido" en el interior del cofre, entre vítores y aplausos.

En ese momento, unos despistados turistas procedentes de otro planeta, que se habían visto atrapados entre la multitud y que nada sabían de magia ni de alquimistas financieros, preguntaron con interés a los lugareños que les rodeaban: "¿Qué se celebra hoy aquí? ¿Se está recreando algún hecho victorioso del pasado? ¿Qué significa este palacio de cristal vacío?". Todos los que alcanzaron a oír sus palabras quedaron paralizados, al sentir en la palabra "vacío" el eco de sus propios pensamientos: "¿Es que no veis lo que hay dentro?". "No hay nada, está claro", respondieron sorprendidos los turistas. El comentario se difundió con rapidez por la plaza: "Dicen que la alcancía de cristal está vacía", se susurraban unos a otros.

Todos volvieron a sus casas cabizbajos… y bastante preocupados. Durante los años siguientes, la pobreza y la mediocridad se adueñaron del país. En sus discursos anuales, el gobernador repetía: "¡Siguiendo las indicaciones que nos dejaron los sabios, estamos esperando a que se recuperen los mercados interplanetarios de oro y piedras preciosas para poder vender con beneficios todos nuestros tesoros. Hasta entonces, esperamos que nuestros queridos súbditos perseveren en los necesarios sacrificios que exige esta situación transitoria, la cual mejorará con la próxima subida de impuestos…".


ÚLTIMAS NOTICIAS: Ahora ya sabemos dónde fueron a parar todos los banqueros que tuvieron que dejar sus puestos, después de arruinar unas cuantas economías en nuestra humilde y maltratada Tierra. Qué suerte que aquí no hay gobernadores y consejeros como los del relato… ¿verdad?






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