Junio 2013, número 20
El poder de la educación financiera

Por Esclavitud Rodríguez Barcia,
directora editorial de Nautebook*

Un país es lo que sus jóvenes tienen en la cabeza.

Un país es gloria en un momento determinado de la historia, pero puede verse abocado al fracaso en el siguiente. A veces las cosas cambian en el transcurso de una única generación. Depende de una actitud básica. Depende del respeto que los padres y las autoridades sientan por la educación, y sobre todo por la educación financiera, por la necesidad de enseñar a los chavales que la economía no es una ciencia oscura y lejana, sino la fuente de todo lo que pasa a su alrededor.

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Aristóteles, ese señor tan antiguo, es en realidad un pensador de lo más moderno. Hace ya más de veinte siglos que descubrió el engranaje básico que hace funcionar a la sociedad: todo el discurso público gira en torno a la economía. La economía, si nos fijamos bien, es en realidad lo único de lo que hablan los políticos. Parece que mascullan algo sobre patria, ideales y justicia, pero no: constantemente, lo que proponen, lo que subyace bajo sus lindas palabras, es una forma u otra de organizar y adoptar decisiones económicas.

Y sin embargo, nosotros seguimos empeñados en ignorar la fuerza del río que nos mueve. Insistimos en que los chavales sepan mucho de la Toma de la Bastilla, del Cabo de Hornos y del análisis sintáctico, pero se nos ha olvidado contarles lo más básico, eso que Aristóteles señalaba con el dedo: que todo lo que ocurre en la sociedad arranca de la economía, y no al revés. Internet ha hecho aún más honda esa verdad. Cada vez es más y más cierto que somos seres económicos. Nuestra sociedad, la sociedad del siglo XXI, es sobre todo una sociedad de intercambio.

¿Por qué hemos olvidado cuál es el hilo básico que nos teje?

Miopes, acostumbrados a enfocar la educación sólo de cerca, por los carriles de siempre, a menudo incluso los padres perdemos la perspectiva de que la economía es algo tan elemental como enseñarle a nuestros hijos la diferencia entre una tarjeta de débito y una de crédito, o la enorme distancia que media entre un crédito y un préstamo, un tipo fijo y otro a interés variable.

A las autoridades de gran parte del mundo se les olvidó durante mucho tiempo la fuerza de la educación financiera, el fabuloso potencial que otorgaría a los muchachos el simple disponer de unos conocimientos básicos de economía. Uno se acuerda de Santa Bárbara sólo cuando truena. Pero los últimos truenos, los que estallaron con la crisis mundial de 2008, son tan estruendosos que resulta imposible hacer oídos sordos al aviso: si no aprendemos la lección, si no alentamos una buena educación financiera, será muy fácil que la sociedad vuelva a caer en una espiral de confusiones.

¿Un país puede rectificar en poco tiempo?

Yo creo que sí. Yo creo que sólo se trata de que algunos impertinentes levantemos la voz y expresemos lo que la mayoría piensa.

Una mínima reflexión basta para que un país pueda empezar a ser lo que algunos padres y muchos profesores sueñan.

Invertir en innovación

Un país puede empezar su transformación, su imparable avance hacia la vanguardia de la I+D+i, invirtiendo esfuerzos, el talento de todos, en enseñar a sus jóvenes a diferenciar entre riesgo y rentabilidad, ganancia y pérdida.

Un país puede ser lo bastante ágil para decidir que la economía debería ser desde los niveles básicos de educación no sólo una asignatura con identidad propia, sino también una ciencia transversal, presente de forma intensa en el aprendizaje de la geografía, la historia, la lengua.

Sí, han leído bien: la lengua.

La lengua y la educación financiera están estrechamente unidas. Hubo un tiempo en que el inglés y el español fueron lenguas de imperio, es decir, lenguas que se impusieron en extensas zonas del mundo gracias a la pujanza económica de las metrópolis. Eso también deberíamos recordárselo a los chavales. Aunque sólo fuera para hacerles ver que, si se conforman con nombrar la economía sólo en inglés, estarán cayendo en una nueva forma de sometimiento. En este cibernético siglo que habitamos, el imperio puede ser invisible, pero también tan real y palpable como la proliferación de los community managers, los PER o los leveraged buy out.

Yo estoy convencida de que, cuando cuidemos la educación financiera de nuestros jóvenes, la potencia del español de todos (no sólo del español literario) volverá por sus fueros. Cuando los chavales aprendan a entender la economía, la nombrarán con naturalidad en su propia lengua. Uno nombra con palabras sencillas aquello que mejor entiende, y deja los vocablos crípticos, mágicos, para eso otro que le resulta difícil entender.

* Nautebook es la primera editorial on-line especializada en libros electrónicos de economía, mercados, trading y comunicación. Esclavitud Rodríguez Barcia es autora de Cómo escribir de economía y finanzas…¡en español! y del Diccionario de Economía para Jóvenes (El dinero y la sociedad en 504 micro-lecciones).

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