Julio 2013, número 21
 
La gran boda de Romeo y Julieta


Empeñado en desvelar las realidades económicas que se ocultan tras las historias más populares del mundo, nuestro juglar se ha cargado de un plumazo todo el romanticismo que el maestro Shakespeare construyó a golpe de soneto.

Una exhaustiva investigación histórica demuestra que el verdadero problema entre los Montesco y los Capuleto no era el matrimonio de sus vástagos… ¡sino los gastos de la boda!

artículos y boletines anteriores
Los Montesco y los Capuleto eran dos de las familias más prominentes de la jet set de Verona (no la de Italia, sino la de Nueva York). No había negocio, torneo de golf o cena benéfica en la que no tuvieran un papel protagonista. Felices y protegidas de toda preocupación, sus respectivas proles habían compartido juegos y colegios exclusivos desde su más tierna infancia. Por eso no fue una sorpresa para nadie que Romeo Montesco y Julieta Capuleto anunciaran un buen día su deseo de contraer matrimonio.

Es verdad que antes de descubrir su mutua inclinación ambos habían tenido otros intereses amorosos pero, como aseguraba Julieta con su habitual tonillo esnob, "o sea, de verdad os lo juro, o me caso con Romeo o no lo haré con ninguno".

Con gran rapidez se pusieron en marcha los preparativos necesarios para hacer brillar tan encumbrado enlace. Sin embargo, bajo el lujo y los oropeles se insinuaban algunos problemitas insignificantes…

"¡Estamos arruinados!", le confesaba el padre de Julieta a su esposa. "La mayor parte de nuestro capital estaba invertido con ese sinvergüenza de Madoff. ¿Quién hubiera imaginado que el tipo era un fraude andante? ¡No sé cómo nos las vamos a arreglar con los gastos de la boda!".

"Tal vez si le comentas la situación a Montesco estará de acuerdo en pagar al menos la mitad", propuso su mujer.

"¡No seas ingenua! Quedaremos como unos estúpidos si se descubre que me dejé engañar por ese cretino… ¡Ni siquiera tomé la precaución de mantener parte del dinero en otras inversiones! Semejante error de principiante, a estas alturas de mi vida… Codicia, pura codicia…".

"Bueno, de nada sirve rasgarse ahora las vestiduras", suspiró su mujer, que ya se estaba poniendo de mal humor. "A ver cómo lo planteamos para salir airosos de la situación. También es mala suerte que la mema de nuestra hija se haya ido a colar precisamente por el hijo de los Montesco. Si hubiera sido algún ricachón desconocido podríamos habernos hecho los tontos con los gastos, pero así…".

Mientras tanto, en casa de los Montesco…

"¡Menos mal que los gastos de la boda corresponden por tradición a los padres de la novia… Si la gente llegara a enterarse de que caímos como pardillos en la estafa de Madoff, no podríamos volver a mirar a nuestros vecinos a la cara".

"No veo por qué", objetó su esposa. "No hemos sido los únicos afectados… ¡Muchos otros también creyeron que ese sujeto era el rey Midas! Aunque a mí siempre me dio mala espina, pero claro, para qué ibas a hacerme caso, si según tú las mujeres no tenemos imaginación para entender los misterios de las altas finanzas. ¡Parece que al final hemos sufrido una sobredosis de imaginación!".

"Sí, sí, mujer, ¡ya sé que me dijiste mil veces que si algo parece demasiado bueno para ser verdad es que no es verdad! Imagina la rechifla de los Capuleto si lo supieran… ¡Pensar que no quise hablarles de nuestras inversiones con Madoff para que no se beneficiaran ellos también! Siempre hemos mantenido una amistosa competencia por ser la familia más influyente de la ciudad, pero para que las cosas sigan así tenemos que mantener las apariencias, pase lo que pase".

Lo que pasó, por supuesto, es que la tontaina de Julieta tenía en mente una boda principesca. Romeo, que tampoco andaba muy sobrado de neuronas, estaba tan encandilado con su novia que apoyaba con el mayor entusiasmo todas sus extravagantes ocurrencias (desde las esculturas de hielo hasta los pendientes de brillantes como recuerdo para las invitadas, pasando por todo tipo de ideas invariablemente carísimas). La Filarmónica de Viena provocó uno de los momentos más dramáticos en la corta vida de Julieta, al negarse a viajar a Verona para interpretar en directo la marcha nupcial.

"Oh, qué gente tan absurda, me han dicho que no pueden ni por todo el oro del mundo, que justo ese día tocan en el Festival de Salzburgo… ¿Quién conoce a ese tal Salzburgo? ¿Es que no saben que mi boda va a aparecer en todas las revistas?".

"Amada mía"
, informó con cautela el devoto Romeo, "he leído en la Wikipedia que el Festival de Salzburgo, que por cierto es una ciudad de Austria, es un clásico, pero coincido contigo en que tocar en nuestra boda añadiría mucho más lustre al curriculum de la Filarmónica… ¡Ellos se lo pierden, corazón de mi vida!".

"¡Tienes razón, mi adorado Romeo! ¿Quién necesita a un montón de aburridos violinistas? ¿No somos acaso gente moderna? ¡Vamos a contratar a Lady Gaga!"
.

Ni que decir tiene que los sufridos padres de Julieta estaban al borde del colapso nervioso, mientras trataban de conciliar su imagen pública de magnates con la triste realidad de que habían empezado a vivir del crédito. Especialmente dolorosa resultó la conversación de papá Capuleto con su futuro consuegro.

"Amigo Montesco, reconozco que tengo un transitorio problema de liquidez. Todos mis recursos están inmovilizados en inversiones extremadamente rentables que están registrando enormes plusvalías, pero si las vendo ahora para pagar la boda voy a perder millones. ¡Sería una decisión financieramente absurda! He tratado de persuadir a los chicos para que retrasen la celebración unos meses, dándome tiempo a liquidar sin penalizaciones algunos de esos bienes. Por desgracia, Julieta está empeñada en mantener la fecha, porque al parecer su astróloga le ha asegurado que precisamente ese día la disposición de los planetas asegura a la pareja largos años de inenarrable felicidad…".

"De verdad que lo siento, amigo Capuleto, pero me ocurre lo mismo que a ti. ¡Mucho patrimonio y poca liquidez! Es más, si alguna de mis hijas quisiera casarse ahora también me vería obligado a sugerirle que esperara hasta la próxima alineación planetaria favorable. ¿Sigue en pie el partido de tenis de esta tarde?".

"Por supuesto, amigo, por supuesto". Cabizbajo, el otrora altivo Capuleto volvió a la mansión familiar para comunicarle a su mujer el fracaso de sus gestiones. "¡Tenemos que impedir la boda como sea! El banco no me va a dar más crédito, ni aunque viviéramos mil años podríamos devolver todo lo que ya debemos".

"La boda tiene que celebrarse", contradijo pensativa su mujer. "Ya sabes cómo es la niña de temperamental. Además, si la cancelamos ahora los Montesco van a sospechar la verdadera magnitud de nuestras dificultades financieras. Mmmm. Espera, se me está ocurriendo una posible solución… Es algo arriesgada, pero creo que funcionará".

"¿Algo arriesgada?", se espantó el señor Capuleto cuando su esposa le contó su gran idea. "¡Es una barbaridad, imposible de controlar!".

"¿Se te ocurre algo mejor?", respondió impertérrita la maquiavélica dama. Ante el silencio derrotado de su marido, se dio por contestada y concluyó: "Voy a organizarlo todo. Julieta tendrá una boda por todo lo alto y nos saldrá prácticamente gratis".

Finalmente llegó el gran día. Con la ceremonia coreografiada al milímetro, todo transcurrió de acuerdo con el programa y los deseos de la novia. En el momento adecuado hizo su aparición la espectacular tarta nupcial, confeccionada por el chef repostero más famoso del mundo. ¡Incluso los poco golosos y los fanáticos de las dietas se sintieron obligados a probarla! Después, jóvenes y mayores se lanzaron a bailar para tratar de compensar el exceso de calorías. La fiesta estaba en su apogeo cuando…

"No me encuentro bien…", se lamentó Romeo, que se estaba poniendo de un desagradable color verdoso.

"Ya te dije que habías comido demasiada tarta, amorcito… ¡Tu ración, la de mi madre y la mía! ¿Cómo no vas a encontrarte mal?".

"Creo que no soy el único", susurró Romeo, con aspecto de estar a punto de expulsar las vísceras. Julieta levantó la vista y comprobó que su flamante esposo tenía razón. Casi todos los invitados lucían el mismo aspecto demacrado y algunos, atrincherados junto a las macetas, vomitaban sin pudor sobre las orquídeas. La novia empezó a hiperventilar: "No… no puede estar pasando esto… ¡Mi boda! ¿Qué está ocurriendo aquí?".

En ese momento se oyó el agudo chillido de la madre de Julieta: "¡Ha sido la tarta! ¡Ese chef francés nos ha envenenado con sus tratamientos químicos para mantener la estructura de la tarta! ¡Exigimos una indemnización por lesiones y daños morales!".

Los invitados que aún podían hablar se abalanzaron sobre sus móviles para llamar a los servicios de emergencias y, a los pocos minutos, la boda del año se había convertido en un auténtico pandemónium de sirenas, gritos y gemidos lastimeros. De repente, un grito desgarrador se impuso a los demás sonidos: "¡Romeoooooooo!".

Efectivamente, el novio había caído desmadejado sobre el resplandeciente mármol y no respiraba. Las frenéticas sacudidas de Julieta tampoco hubiesen ayudado a su reanimación… de haber existido alguna esperanza. Tras veinte minutos de esfuerzos desesperados, los médicos se rindieron y certificaron su fallecimiento. Entonces Julieta, repentinamente serena, se puso en pie y exclamó:

El veneno ha sido su fin prematuro.
¡Ah, egoísta! ¿Te lo has comido todo sin dejarme
ni unas migas que me ayuden a seguirte?

A continuación se encaminó con paso firme y mirada ausente hacia los restos de la traicionera tarta nupcial. Empuñando el cuchillo de plata que había cortado las letales raciones, declamó con aire de fatalidad:

Cuchillo afortunado, voy a envainarte.
Oxídate en mí y deja que muera.

Antes de que ninguno de los presentes pudiera reaccionar, Julieta se había hundido en el corazón el elegante y pringoso cuchillo. De nuevo impotentes para poner remedio, los médicos no pudieron hacer más que cubrir su cuerpo sin vida.

La historia de la sangrienta boda inundó periódicos, revistas y programas de televisión durante… un par de días, antes de ser sustituida en el interés del público por la increíble historia de un jugador de fútbol que le había sido infiel a su mujer. Meses después, el tema tuvo un breve repunte informativo cuando el chef repostero consintió en pagar varios millones a los devastados padres de Romeo y Julieta, a cambio de evitar la cárcel por dos delitos de negligencia profesional con resultado de muerte. El pobre hombre insistía en que sus innovadores métodos culinarios eran completamente inofensivos pero, como no había duda alguna de que la tarta había sido el agente envenenador, su bolsillo y su reputación quedaron arruinados para siempre.

Los Capuleto, pese a ver solventadas sus dificultades financieras, nunca volvieron a ocupar su lugar en la vida social de Verona. El padre se sentía inmensamente culpable por haber respaldado el enloquecido plan de envenenar la tarta para demandar al chef, mientras su mujer permanecía sedada la mayor parte del tiempo y susurraba de manera obsesiva: "¿Quién iba a imaginar que el muy glotón se comería tres raciones?".

Y de aqueste modo concluye
La verdadera y trágica historia
Del infortunado Romeo
Y su adorada Julieta.


rss ¿Aún no recibes este boletín?

Licencia Creative Commons
Cuentos del Juglar Financiero por Cristina Carrillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.addkeen.net/newsletter.