Agosto 2013, número 22
 
La isla del Tesoro Negro


Mucho antes de que el Caribe se llenara de piratas metrosexuales, Robert Louis Stevenson nos dejó clara la parafernalia del perfecto filibustero: sombrero tricornio (preferiblemente con calavera), pata de palo y loro en el hombro. El parche en el ojo también es muy recomendable, pero sólo si el pirata conserva sus dos piernas: una pierna y un ojo de menos parecen ya demasiados impedimentos para ejercer con éxito la delincuencia marítima.

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Por supuesto, en nuestros días semejante facha sólo es apta para los días de carnaval. Los piratas modernos basan gran parte de su éxito en comportarse como si fueran personas de toda confianza, incluso próceres de la comunidad. Sin poder recurrir por tanto al pintoresco vestuario, nuestro juglar hace lo que puede para transformar La isla del Tesoro en una trama de rabiosa actualidad.

Los padres de Jaime regentaban uno de esos "hotelitos con encanto" que saturan las guías de viajes. Por su ubicación aislada y cercana al mar se había convertido en destino predilecto de los estresados que deseaban alejarse unos días del mundanal ruido… y de algunos personajes turbios en busca de discreción para sus trapicheos. En general, era casi imposible distinguir a unos de otros.

Un buen día se presentó en la recepción del hotel un tipo con un extraño rictus facial, que parecía el resultado de una cirugía estética muy mal hecha. Farfullando con una voz pastosa que anunciaba a gritos el consumo habitual de estupefacientes, pidió a la madre de Jaime una habitación. Aunque no tenía reserva ni parecía un cliente modélico, la buena mujer se apresuró a asignarle un dormitorio: no sólo porque se manejaba con la autoridad y el despotismo de alguien acostumbrado a ser obedecido, sino porque puso sobre el mostrador una respetable cantidad de dinero en efectivo.

El nuevo huésped, que dijo llamarse Willy, se reveló pronto como un verdadero dolor de cabeza, maleducado y ruidoso. Pasaba la mayor parte del tiempo bajo el efecto de las drogas, por lo que no era fácil saber si el terror que mostraba tenía fundamento o era producto de las alucinaciones. Constantemente se tocaba el pecho, como si quisiera asegurarse de que aún le latía el corazón. Pocos días después de su llegada ofreció a Jaime una pequeña paga semanal, a cambio de estar atento por si veía en las proximidades a "un malvado cojo". Aunque no sabía cómo identificar la maldad a primera vista, el muchacho supuso que no tendría ningún problema en detectar la cojera, por lo que aceptó encantado la tarea.

Por aquellos días, el padre de Jaime enfermó, y los amigos que la familia tenía en el pueblo cercano comenzaron a visitarlos con mayor frecuencia. Entre esos amigos estaban algunos de los poderes fácticos del lugar, como el doctor, el juez o el propietario de la fábrica más importante de la región. El doctor no se dejó intimidar por los modales y la agresividad del extraño huésped, y le advirtió que si no dejaba las drogas moriría mucho más pronto que tarde.

Pronto se precipitaron los acontecimientos. El padre de Jaime falleció y, esa misma noche, un individuo preguntó por Willy. Tras asegurarse de que no cojeaba, el chico avisó a su huésped y se quedó observando en la distancia la fuerte discusión entre ambos hombres. Unos minutos después, el recién llegado se marchó furioso, y Willy volvió al hotel tambaleándose y más asustado que nunca. Entró en la recepción, se llevó la mano al corazón y cayó fulminado en el suelo. Jaime se arrodilló junto a él y le desabrochó la chaqueta para ayudarle a respirar. A pesar de sus nervios y temblores, Jaime entendió en ese momento por qué el pobre desgraciado estaba siempre tocándose el corazón: en el bolsillo interior de la chaqueta guardaba una pequeña memoria USB de 32 gigas. "Esto debe de ser lo que buscaba el tipo que ha venido hoy". De manera instintiva la puso a buen recaudo en sus propios pantalones antes de llamar a gritos al doctor, que aún seguía en el hotel tras certificar la muerte de su padre. Pensando que se trataba de una noche inusualmente ajetreada, el médico confirmó que Willy también estaba más allá de cualquier ayuda humana.

Pocos días después, una gigantesca limusina paró frente a la entrada principal. De ella salieron varios tipos, impecablemente vestidos pero con un gesto que avisaba "odio que me hagan perder el tiempo". Preguntaron en recepción por Willy, y la madre de Jaime les informó de la muerte del hombre.

"¿Y dónde están sus cosas?", preguntaron aquellos tipos, a los que no pareció afectar mucho la noticia.

"Apenas trajo equipaje. Sólo algunas ropas en muy mal estado… Tuvimos que tirarlas porque ni siquiera servían para la beneficencia".

"Eso no puede ser. Tenía consigo información importante".

"!Les aseguro que no había nada!".
La sorpresa de la madre de Jaime era genuina, pero en ese momento el chico, que estaba escuchando la conversación, recordó la memoria USB que aún seguía en sus pantalones. En circunstancias normales se hubiera apresurado a fisgonear su contenido, pero los últimos días habían estado muy lejos de la normalidad.

Los hombres intercambiaron algunas miradas y se dirigieron a la salida, no sin antes lanzar una clara amenaza: "Volveremos, señora. Tal vez debería asegurarse de que no quedó nada en la habitación de nuestro amigo, porque nos molestaría mucho no encontrar lo que él estaba guardando para nosotros".

"¿Guardando para ellos?",
explotó Jaime apenas hubo arrancado la limusina. "Él se estaba escondiendo de ellos. Mamá, tengo que contarte algo…". Entonces le habló del pequeño dispositivo que había hallado en el cadáver de Willy. Su madre se puso muy nerviosa y comprendió que se hallaban en un gran peligro, y que esos tipos tan pulcros eran extremadamente peligrosos. "Debemos bajar al pueblo y pedir ayuda a nuestros amigos".

Dicho y hecho, subieron al viejo coche familiar y tomaron un camino más largo, para evitar cruzarse con los indeseados visitantes en caso de que volvieran antes de lo previsto. Su cautela resultó fundada. Apenas se habían alejado unos kilómetros cuando vieron una columna de humo en el lugar en el que había estado su pequeño negocio. "¡Han prendido fuego al hotel!", se lamentó Jaime. "Seguramente están furiosos por no haber encontrado lo que buscaban". "Al menos nosotros estamos bien, hijo. Nuestros amigos nos ayudarán a salir adelante".

Cuando oyó la historia, el doctor convocó en su casa una reunión de emergencia a la que acudieron el juez, el industrial y algunos otros prohombres de toda confianza. Por supuesto, lo primero que hicieron fue conectar la memoria USB a una computadora y ver su contenido. Tardaron unos minutos en comprender lo que estaban viendo pero, finalmente…

"¡Es un informe geológico indicando la ubicación de un yacimiento petrolífero en una isla del Caribe! Marca las coordenadas exactas… ¡No es de extrañar que esos hombres lo buscaran con tanta desesperación!".

Tras algunas horas de deliberación, trazaron un plan. El primer paso sería constituir un consorcio y, a continuación, organizar un viaje a la isla para decidir sobre el terreno cómo se abordaría la explotación del yacimiento.

El industrial se encargó de los temas logísticos, que después de todo eran su especialidad. En particular, estaba encantado por haber encontrado un "hombre para todo", que había vivido en el Caribe y conocía bien la isla a la que se dirigían. "Se llama Juan Silverio el Ancho. El tipo cojea un poco… Por lo visto, le gustaba mucho el golf pero no tenía un buen swing, y al final tuvieron que hacerle un reemplazo de cadera, ja ja".

Como el dinero facilita mucho los trámites y las gestiones, pocas semanas después la expedición ya estaba en marcha. Tras desplazarse en avión hasta Miami, se embarcaron en el magnífico yate que habían alquilado y aprovisionado para la ocasión. Pero mientras navegaban hacia la isla, el pobre Jaime sufrió un nuevo sobresalto. Tomaba el sol en uno de los botes salvavidas, oculto a las miradas de sus compañeros, cuando oyó acercarse a Juan Silverio con su inconfundible cojera, hablando sigilosamente por el móvil.

"Esto va a ser muy sencillo, colega. Tienen bien guardado el informe con el mapa del yacimiento, pero confían en mí y pronto me considerarán uno de ellos. Apenas lleguemos a la isla nos haremos con el control de todo el equipamiento y pasaremos a estos incautos por la quilla… ja ja ja ja!".

Jaime se apresuró a avisar al doctor, y todo el grupo quedó consternado al comprender que Juan Silverio, pese a su aire de bonachón jubilado amante del golf, era en realidad un compinche de los desalmados que habían quemado el hotel. A la mañana siguiente fondearon cerca de una pequeña isla y obligaron a desembarcar al infame. "¡Volverán a saber de mí, no lo duden! ¡He buscado ese informe durante años y el petróleo será mío, mío, mío!".

Cuando llegaron a la isla, todo el grupo quedó anonadado por la belleza del lugar. Durante varios días la recorrieron de un extremo a otro, y localizaron los lugares en los que deberían instalarse los pozos. Sin embargo, también se les ocurrían nuevas ideas: "Oh, sería magnífico organizar excursiones hasta ese pequeño lago". "¡Vaya! En aquellos árboles tan altos podría hacerse una fantástica tirolina…". Claro que esos prometedores planes no serían posibles una vez que la isla hubiese quedado cubierta de pozos, pero…

Finalmente, tras hacer unos cuantos números (en realidad, bastantes números) esbozaron un negocio alternativo: convertirían la isla en un complejo para el eco-turismo. Lo mejor es que el "equipamiento" ya estaba disponible, porque la isla contaba con todos los atractivos naturales que cualquier ser humano en su sano juicio podría desear. Bastaba con protegerlo y cuidarlo para que rindiese grandes beneficios durante muchos, muchos años… Y así fue como la isla se convirtió en un ejemplo mundial de conservación sostenible (¡y muy rentable!) del entorno natural.

El consorcio inversor se aseguró de mantener en secreto que en la isla había petróleo. Sin embargo, un mal día descubrieron que la memoria USB con el informe geológico había desaparecido. Tras algunas indagaciones, averiguaron que Juan Silverio, disfrazado de turista, había burlado las medidas de seguridad y se había hecho con el documento que señalaba la ubicación exacta del petróleo. De momento, la isla estaba a salvo, pero todos eran conscientes de que no podían bajar la guardia si querían seguir conservando y explotando el tesoro verde que inesperadamente habían encontrado… mientras buscaban el tesoro negro.


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