Septiembre 2014, número 33
 
Capítulo 8
Demonios y ángeles guardianes

En el capítulo anterior dejamos a Patricia Juliana en estado de shock, tras comprobar que el presuntamente deprimido Luciano estaba en plena forma... y que la había dejado en la ruina. También vimos cómo Marga Teresita confiaba a su hermana Victoria el entramado delictivo con el que Luciano Federico estaba descapitalizando el banco familiar. ¿Pueden las cosas ponerse aún peor?


Responsabilidad familiar, social y empresarial

Del primero al último, todos los empleados de la fábrica de jugos y mermeladas adoraban a Carlos Adalberto. Admiraban su simpatía, su inteligencia, su carisma y su genuina preocupación por las personas que le rodeaban. Por desgracia, el cariño que sentían por él no les impedía cotillear sin disimulo sobre su vida privada.

Carlos era consciente de que la vida y milagros de los Rodríguez de la Malvarrosa eran permanente objeto de apuestas y quinielas entre los empleados, y que él era uno de los temas predilectos. Transparente cual hijo de cristalero, Carlos Adalberto era pésimo disimulando sus sentimientos. Toda la fábrica había seguido con fervoroso interés su idilio con Marga Teresita… hasta que el testamento de don Pedro había destapado la caja de los truenos. Su desesperación al enterarse de que había estado cortejando a su propia hermana resultó tan evidente como su enamoramiento, para gran felicidad de las hordas de chismosos.

¿Cuánto tiempo aguantaría el joven jefe la fraternal relación cotidiana con Marga Teresita, antes de huir a Hong Kong o cualquier otro sitio aún más remoto? ¿Tres meses, seis, un año? ¿Cuánto tiempo tardaría en aplicar la máxima de que "un clavo saca a otro clavo" y empezaría a salir con alguna otra jovencita agradable… y accesible?

A Carlos Adalberto le hubiese gustado participar en las apuestas, pero desgraciadamente estaba tan desorientado como los demás. Sabía que no podía seguir mucho más tiempo regodeándose en su desdicha, pero era incapaz de tomar una decisión que le alejara de Marga Teresita. Sentía que de esa forma renunciaría a toda esperanza, lo cual era una idiotez porque estaba claro que no había ninguna esperanza. Marga era sin lugar a dudas hija de don Pedro, lo que la convertía en su hermana y, por tanto, en una suerte de jarrón chino de la dinastía Ming: "se mira pero no se toca". Esclavo de una vena masoquista que ignoraba poseer, Carlos Adalberto se levantaba cada mañana a la vez anhelante y temeroso de los desayunos que compartía con Victoria y Marga.

De camino a la fábrica, Carlos Adalberto reía al recordar la conversación de esa mañana con sus hermanas. Debatiéndose entre el enfado y la risa, Marga Teresita les informó de la última hazaña del desaparecido Luciano: aprovechar la petición de divorcio de su mujer para endosarle una montaña de deudas.

"Patricia siempre ha sido increíblemente estúpida", sentenció Victoria Marina sin asomo de piedad. "¿De verdad pensaba que Luciano sería capaz de cederle a ella todo su dinero así, por las buenas? ¿De dónde sacó la idea de que un tiburón como nuestro hermano podría convertirse de la noche a la mañana en un fraile franciscano?".

"Ah, pero eso no es todo", continuó Marga con expresión pícara. "La carta de Patricia incluye un anuncio que nos afecta a todos. Leo textualmente:

"La forma en que tu hermano ha tratado a la madre de sus hijos es incalificable. Como no puedo contratar a un detective para localizarlo ni tampoco demandarlo por estafa, ya que me ha dejado en la ruina, sólo me queda una opción: yo y mis dos hijos nos instalaremos en la mansión familiar de San Pancracio tan pronto como logre organizar la mudanza (que, por supuesto, pagaréis vosotros en nombre de vuestro hermano). Aunque la idea de enterrarme en ese poblacho ofende mi dignidad y mi sentido de la elegancia, tengo que darles un techo a mis hijos. Y, sobre todo, quiero estar en primera fila cuando el delincuente de tu hermano decida reaparecer en escena".

Victoria soltó una carcajada y aplaudió con deleite. "Ooooh, esto va a ser taaaaan divertido. ¿No dice cuándo llega? Quiero estar aquí para presenciar el momento en que entre por la puerta, con los restos del naufragio apretujados en su juego de maletas Louis Vuitton".

"Eres malvada, hermana", reconvino Carlos con una gran sonrisa. "Piensa en nuestros sobrinos, arrancados de su ambiente de una manera tan repentina".

"Esos dos niños son insufribles, aunque es normal considerando los padres que tienen y la educación que han recibido. ¡Un cambio brusco de ambiente sólo puede beneficiarlos!".

"Además de rumiar su venganza, creo que Patricia Juliana debería hacer algo práctico para resolver la situación, como pedir la declaración de quiebra personal…", comentó Marga Teresita.

Victoria y Carlos estallaron en carcajadas ante la sugerencia. "¡Patricia hará algo práctico y sensato cuando las ranas críen pelo, ja, ja, ja! ¿Y dejar que sus amigas del club social se enteren de lo ocurrido? ¡Imposible! Antes intentará cazar a algún ricachón… ¡Oh!", se interrumpió Victoria abriendo mucho los ojos. "Esto nos lleva de vuelta a tu genial idea del otro día: ¿Y si la casamos con Bedelfather?".

Carlos Adalberto, distraído y sonriente, llegó por fin a la fábrica, pensando que aquel prometía ser un buen día. Por desgracia, la clarividencia no se encontraba entre sus muchos dones. Digna María, la fiel secretaria octogenaria que había heredado de su padre (y que sufría arritmias cuando le mencionaban la palabra "jubilación") le interceptó antes de que pudiera entrar en su despacho.

"Tienes una visita esperándote, Carlos", anunció con cara de circunstancias.

"¿Alguien conocido?", preguntó con curiosidad.

"No. Pero mucho me temo que la vamos a conocer más de lo que nos gustaría. Ten cuidado, hijo, me da mala espina".

Definitivamente intrigado, Carlos abrió la puerta de su despacho y se quedó mudo de la impresión. Ante él se encontraba la criatura más angelical y exquisita que había contemplado jamás. Rizos rubios, luminosos ojos azules, piel perfecta…

El encanto se rompió de forma abrupta cuando la excelsa aparición abrió la boca para presentarse:

"Me llamo Eugenia María Valeria Roldán y soy la responsable regional de la ONG Sostenibilidad sin fronteras. Nos han llegado rumores sobre la falta de conciencia social, sanitaria y ambiental de esta fábrica. Vengo a realizar un análisis de la situación sobre el terreno. Si se confirman nuestras sospechas, o en caso de que no cuente con su total cooperación, me encargaré personalmente de iniciar en las redes sociales una campaña para mostrar el verdadero rostro de Jugos y Mermeladas Malvarrosa".

Las conexiones neuronales de Carlos Adalberto tardaron unos instantes en conciliar el rostro del ángel con las agresivas palabras de la bruja. Cuando por fin lo consiguió, respiró hondo y habló con su habitual serenidad:

"Fuera de aquí".

Un Romeo en apuros

Victoria se desplomó exhausta en la silla de su despacho, lamentando no tener a mano un buen sofá. Había sido un día complicado desde que el hipocondriaco del pueblo, que respondía al apropiado nombre de Robustiano, se había presentado en Urgencias asegurando a voz en cuello que padecía el Ébola. "¡He pasado la noche vomitando!", aseguraba con angustia.

Durante más de cuatro horas incordió a todos los médicos y pacientes que se cruzaban en su camino, hasta que el jefe de Urgencias se presentó en el despacho de Victoria y resumió la situación: "No nos deja trabajar y está revolucionando a la gente. O nos lo quitas de encima o le inducimos un coma farmacológico para que esté calladito las próximas tres semanas".

Victoria se echó a reír y tranquilizó a su colaborador. "Yo me ocupo. Envíamelo… le haré una oferta que no podrá rechazar", terminó con un guiño malicioso.

El presunto infectado se mostró debidamente impresionado por encontrarse en los dominios de la mismísima directora del hospital… ¡que además resultaba ser la hija de don Pedro Teodosio! Nervioso, carraspeó y explicó con cierta vacilación: "Verá, doña Victoria, líbreme Dios de ser una molestia, pero he estado viendo la tele y tengo todos los síntomas de esa plaga, epidemia o lo que sea…".

"¿Todos los síntomas?", preguntó Victoria Marina mirándolo con una seriedad que le costaba mantener. "¿Pero todos, todos? ¿Sin faltar ni uno?".

El hombre pareció perplejo. "Bueno, no sé… Igual todos no… Pero la mayoría sí… Vamos, creo yo. No sé, me parece. Tengo miedo de haberme contagiado, doña Victoria".

"Hace bien en ser precavido", le tranquilizó Victoria con amabilidad. "Asumo que tiene motivos para preocuparse porque ha estado expuesto al virus… Tal vez viajó recientemente a África, ¿no?".

"¿África? ¿El continente? Bueno, no… No recientemente. Nunca, en realidad".

"¿Y a algún otro lugar donde se hayan dado casos de Ébola?", insistió Victoria mirándolo fijamente, como si pudiera hacer un diagnóstico con su portentosa mirada de rayos X.

"No sabría decir, la verdad…". El hombre se veía tan confundido que a Victoria casi le dio lástima. Casi. Pero no del todo, por lo que continuó, implacable: "¿A qué lugares ha viajado usted en los últimos meses?".

"Bueno, yo… No, en los últimos tiempos no he ido a ningún sitio. A decir verdad, jamás he salido de San Pancracio, no me moví de aquí en la vida. Pero el bichito del Ébola viaja, ¿no? ¿Cómo saben que no ha llegado hasta nuestro pueblo?".

"El virus del Ébola no se teletransporta por el aire, don Robustiano. Sólo se contagia por un contacto muy próximo con personas infectadas. Sin ánimo de inmiscuirme en su vida privada, puesto que no ha viajado tengo que suponer que se ha relacionado con personas que pueden sufrir la enfermedad. El protocolo en estos casos exige que le aislemos de manera inmediata. Por desgracia, no disponemos de espacios adecuados para una cuarentena estricta, pero si nos da un par de horas desocuparemos la habitación donde se guardan los productos de limpieza, que está en el segundo sótano, y le colocaremos un colchoncito para que esté lo más cómodo posible durante las semanas de aislamiento". Mientras terminaba de hablar, Victoria descolgó el auricular e hizo ademán de realizar una llamada.

"¡Espere, espere!", interrumpió don Robustiano, sobrepasado por el rápido desarrollo de los acontecimientos. "¿Me van a meter en un cuartucho de suministros?".

"Qué cosas tiene, don Robustiano! No es un cuartucho, más bien un armario espacioso. Comprenderá que no podemos correr el riesgo de ponerlo cerca de otros pacientes…".

"¡No, no! Creo que ya me encuentro mucho mejor, prácticamente no siento malestar…".

"Don Robustiano, sería una negligencia por mi parte permitirle que se pasee por San Pancracio contagiando a cualquiera".

"No, no, le aseguro que no me pasearé. ¿Qué le parece si me quedo en mi casa hasta que pase el período de incubación? ¿Cuánto tiempo sería, más o menos?".

"Veintiún días, aunque por seguridad convendría extenderlo a… unas ocho semanas", anunció Victoria sin remordimientos, pensando en lo agradecidos que estarían los médicos del hospital al saber que les había librado de don Robustiano durante un par de meses. "Pero no estoy segura, lo encuentro un poco arriesgado… Creo que el cuarto de las escobas sigue siendo la mejor opción…".

"No, de verdad, yo me quedo en casita tan ricamente y nos vemos en un par de meses… o tres". Y don Robustiano abandonó el despacho con tal rapidez que estuvo a punto de tropezarse consigo mismo.

El alivio de Victoria por la rápida resolución de su particular "crisis del Ébola" duró poco. Acababa de marcar el teléfono de su misterioso enamorado cuando la puerta del despacho se abrió para dar paso a la última persona que deseaba ver: el inoportuno Mr. Jason Bedelfather, con su habitual aire prepotente y desdeñoso.

"Did you miss me, sweetheart? Seguro que tú extrañar mis atenciones. Yo no insistir nunca mujeres, mujeres buscar mí… ¡Pero yo también enjoy un desafío alguna vez!".

"Bedelfather, es usted un verdadero grano en el culo", espetó Victoria sin poderse contener. "¿Qué diantres quiere ahora?".

"¡Lo mismo que última vez, of course! Tu bella mano como mi esposa. Yo parte de la familia, todos felices y tu stupid brother volver a casa. Yo no matar cuñado, ja, ja".

"No vamos a casarnos, Bedelfather. Estoy segura de que puede encontrar mil y un motivos para chantajearme, Dios sabe que mi familia es una colección de desastres… Pro nunca voy a casarme con usted, y menos aún sabiendo que su único objetivo es controlar el patrimonio de mi familia".

"¡Ahora entender, darling!", rio Bedelfather, abriendo los ojos con simulada sorpresa. "¿Tú molestar por saber mi objetivo? Poco romántico, ¿sí? ¿Tú preferir que yo jurar amor a ti? OK then, si tú querer así…"

"No lo quiero de ninguna manera", respondió una exasperada Victoria. "Lo único que quiero es que…".

El pitido del whatsapp interrumpió sus protestas. Con una sonrisa de disculpa, el Romeo de pacotilla sacó su teléfono. "Perdón, darling, creí apagar antes. Parece que no, apago ahora…".

Sin embargo, una rápida ojeada al mensaje de su abogado le hizo fruncir el ceño:

"Comunican inspección de Sanidad por incumplimiento de la Ley Antitabaco en todos sus casinos. Llámeme ASAP".

Durante algunos instantes, una insólita expresión de duda se reflejó en sus ojos de hielo. Finalmente llegó a la conclusión de que "es mejor terminar lo que se empieza", guardó el móvil y se dispuso a reanudar la conversación con Victoria.

"Ah, problemas de ricos, nothing to worry about, darling… Tú decir que…"

El pitido del whatsapp volvió a sonar. Bedelfather soltó una maldición pero, of course, no pudo resistirse a leer el nuevo mensaje. Con inmensa satisfacción, Victoria constató por la rigidez de su mandíbula que las noticias seguían sin ser de su agrado.

"Envían inspección de Trabajo por empleados sin contrato y remuneraciones inferiores al salario mínimo. ¡Urgente! Llámeme ASAP".

En esta ocasión, Bedelfather tardó más tiempo en recobrar la compostura. Con lentitud, volvió a guardar el teléfono y se dirigió de nuevo a Victoria Marina:

"Amor difícil con tanta molestia, ¿sí? Tú cenar hoy conmigo y ver qué tipo interesante es Bedelfather…".

El tercer whatsapp y el consiguiente enfado del inglés hicieron las delicias de Victoria. Bedelfather contempló el nuevo mensaje sin dar crédito:

"Recibido escrito de la Agencia Tributaria, anuncian inspección fiscal en todas sus empresas. ¡Urgentísimo! Llámeme ASAP".

"This is ridiculous!", rugió Bedelfather furioso, mientras abandonaba a grandes zancadas el despacho.

Con un suspiro, Victoria pensó que le hubiera encantado leer los mensajitos que tan eficazmente habían saboteado el "amoroso" asalto de Beldelfather.

Y otro Romeo desolado

El carrillón del comedor dio las once de la noche. Marga Teresita, exhausta, estaba a punto de dar por terminada la jornada cuando Benicio golpeó discretamente la puerta y asomó la nariz para anunciar una visita: "El doctor Carlotto desea verla. Dice que es consciente de que la hora es muy inapropiada, pero igualmente ruega ser recibido".

Marga observó desconcertada al mayordomo. "¿Quién es el doctor Carlotto?".

"Creo que mejor se lo explicará él mismo", respondió el enigmático Benicio antes de retirar la nariz y el resto de su persona. Momentos después, la puerta se abrió por completo y un anciano distinguido y muy bien conservado se dirigió a Marga:

"Disculpe mi osadía al perturbar su intimidad, pero estoy seguro de que su joven corazón no negará un poco de paz a este hombre desesperado".

La propietaria del joven corazón estaba demasiado cansada para tanta ceremonia. "¿En qué puedo ayudarlo? Creo que no nos han presentado".

"Habla usted con verdad, nunca nos hemos visto en persona, pero he oído hablar mucho y bien de su inteligencia y capacidad…"

"Por favor, doctor, no quiero ser grosera pero me gustaría saber a qué obedece su visita".

"Es muy amable por no calificar mi visita de intempestiva, que es exactamente lo que es… Verá, fui el psiquiatra del pueblo durante muchos años, hasta que me jubilé hace algunos meses. Yo… No sé cómo decirlo… Le suplico que me indique cómo ponerme en contacto con doña Elena de las Nieves".

"No estoy segura de poder hacer eso… ¿Doña Elena era su paciente?".

El caballero dudó unos instantes. Finalmente, pareció tomar una decisión y lanzó un gran suspiro. "Hace unos meses le hubiera dicho que sí, pero ya no tiene sentido seguir disimulando. Doña Elena no es mi paciente. ¡Es el amor de mi vida!".

LA CONTINUACIÓN... DEPENDE DE TI

¿Cómo se desarrollarán las relaciones entre la bella y feroz activista y el bondadoso Carlos Adalberto? ¿Conseguirá Victoria Marina saciar su curiosidad sobre las inesperadas (pero oportunas) dificultades de Bedelfather? ¿Tendrá el doctor Carlotto la ocasión de reanudar su historia de amor con Elena de las Nieves?

No te pierdas las respuestas en el próximo capítulo. Envía tus sugerencias sobre el desarrollo de la historia a culebron.financiero@addkeen.net
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PORTADA DEL CULEBRÓN.



¿Cómo evitar los problemas de esta disfuncional familia?

La quiebra personal es una alternativa que existe en algunos países, para aquellos ciudadanos cuyas deudas resultan imposibles de pagar en su totalidad. Aunque es una solución para volver a empezar, y en ocasiones la única posible, tiene consecuencias poco deseables (como dificultades futuras para acceder al crédito o incluso para obtener un empleo).

La responsabilidad ambiental es uno de los ejes de la sostenibilidad empresarial, especialmente en actividades manufactureras que pueden tener un impacto significativo en el entorno. Por supuesto, ¡en este caso estamos seguros de que Carlos Adalberto es un gestor modélico!

La evasión fiscal es una actividad ilícita para la que, en ocasiones, existe una sorprendente tolerancia social. ¿Resignación, fatalismo, indiferencia...? Por supuesto, hay diferentes grados de evasión fiscal, desde las transacciones comerciales "en negro" hasta las que realizan a gran escala los Bedelfather del mundo.


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Los ricos también quiebran por Cristina Carrillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
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