4º trimestre 2014, número 34
 
Capítulo 9
Controlando lo incontrolable

En el capítulo anterior comprobamos con consternación que los problemas de los Rodríguez de la Malvarrosa tienden a multiplicarse como setas: un nuevo personaje aparecía en escena, con el aparente propósito de complicarle la vida a Carlos Adalberto. Al menos, el ponzoñoso Bedelfather parece tener preocupaciones más acuciantes que seguir chantajeando a Victoria para que se case con él. ¿Conseguirá Marga Teresita solucionar el complicado puzzle familiar?


El infiltrado

Marga Teresita contempló pensativa al atractivo hombre que tenía enfrente. Fiel a su estilo directo, le planteó sin ambages sus preocupaciones:

"Doy por hecho que nuestro acuerdo original sigue en vigor. Resolvemos el problema del Banco con la máxima discreción, sin fanfarrias triunfalistas por vuestra parte ni declaraciones inculpatorias a la prensa".

"Sí, pero con matices", respondió su interlocutor. "La situación del Banco se corregirá en privado, eso nos interesa a todos… pero los negocios paralelos de Luciano son harina de otro costal. Hay demasiada gente perjudicada como para que tu hermano pueda eludir las consecuencias".

Marga suspiró y asintió, mientras se masajeaba las sienes para tratar de atajar la inminente jaqueca.

"Lo entiendo, es razonable. A ver cómo manejo la situación para que las actividades de mi hermano no arrojen sospechas sobre la solvencia del Banco".

"Probablemente te cueste un dineral, pero estoy seguro de que una buena agencia de comunicación puede ayudarte en ese sentido. En general, es aterrador pensar con qué facilidad se manipula a la opinión pública, pero me atrevo a decir que, en este caso y sin que sirva de precedente, es por una buena causa…"

El hombre se inclinó hacia Marga Teresita y retomó su discurso, ahora con un tono mucho más cálido y personal:

"Marga, eres la mujer más inteligente, decidida y valerosa que he conocido nunca. Más allá de mi apoyo profesional, no dudes en contar conmigo… como amigo, quiero decir, o incluso… en fin, quiero decir que yo… Bueno…"

Marga se apresuró a sacar al caballero del jardín en el que se estaba metiendo: "Gracias, Ernesto, sé que puedo contar contigo para todo".

Ernesto Manuel Blanco Rosal carraspeó y se recostó de nuevo, contemplándose las manos con aparente concentración, mientras se recriminaba a sí mismo el inoportuno momento que había elegido para dejar entrever sus intenciones. Eso, sin contar con las delicadas cuestiones éticas que podría plantear una eventual relación entre Marga Teresita y él.

Oficialmente, Ernesto Manuel era el ejecutivo que se había hecho cargo de la Gerencia General de Riesgos y Préstamos del Banco, en sustitución del hombre de paja de Luciano (y su cómplice en la red de concesión de créditos falsos). Había sido uno de los primeros nombramientos realizados por Marga Teresita, tras tomar posesión de su cargo como presidenta de la entidad financiera que llevaba el apellido de la familia.

En realidad, Ernesto era un interventor designado por la entidad pública que supervisaba el sistema financiero, con el fin de auditar y reconducir la situación del Banco Malvarrosa. Marga Teresita había solicitado la colaboración del organismo aconsejada por su misterioso asesor virtual. El hecho de haber tomado la iniciativa, sumado a la rápida destitución del corrupto Luciano, le habían otorgado el derecho a un trato inusualmente amistoso por parte de las autoridades financieras. Con la excusa de evitar una masiva huida de depósitos y de garantizar la confianza de los clientes en el sistema financiero, los supervisores se mostraron conformes con la "solución discreta", rezando para que nadie cayera en la cuenta de que habían sido incapaces de descubrir por sí mismos el agujero patrimonial del Banco.

Durante varios meses, Ernesto y su equipo de auditores camuflados habían llevado a cabo una eficiente limpieza del balance, lo que dejó al Banco Malvarrosa en una situación muy próxima a la quiebra técnica. Ernesto Manuel acababa de presentar a Marga Teresita el plan de saneamiento del Banco para los próximos años, que ella había firmado sin vacilar (más que nada, porque no tenía otra opción).

Cumplido el trámite, el supervisor infiltrado se dispuso a enmendar su anterior desliz emocional, cambiando bruscamente de tono y tema:

"¿Se sabe algo del paradero de Luciano?"

"Nada en absoluto", volvió a suspirar Marga Teresita, que empezaba a resentirse del estrés de los últimos tiempos. "En condiciones normales estaría encantada de tenerlo fuera de mi vista, pero mucho me temo que esté aprovechando este descansito para maquinar nuevas fechorías. Eso, sin contar con que su exmujer está a punto de instalarse en la casa en cualquier momento".

Ernesto Manuel sonrió. "Tengo entendido que la dama es todo un personaje".

"No lo sabes tú bien… Por lo menos, no va a coincidir con Elena de las Nieves bajo el mismo techo, gracias a los cielos por las pequeñas bendiciones. Son tan parecidas que no soportan ver su propia estupidez reflejada en la otra".

"Ja, ja, no puede decirse que la familia sea aburrida. ¿Cómo sigue doña Elena?"

"Prefiero mantenerme al margen. Victoria y Carlos siguen su evolución muy de cerca, al fin y al cabo es su madre. Por cierto, ¿sabes que la señora tiene un enamorado secreto?".

Y, entre risas, Marga Teresita puso a su colega al tanto de la sorpresiva y sorprendente visita del doctor Carlotto, el doliente Romeo de Elena de las Nieves.

De bombones y hombres

Poco después de que Ernesto abandonara el despacho, Marga recibió otra visita que aceleró un par de latidos el ritmo de su corazoncito.

"¡Hola, Carlos! Qué sorpresa. ¿Por qué no me dijiste esta mañana que querías hablar? No tenías necesidad de desplazarte hasta el banco".

"No importa, es mejor así, prefiero que nadie sepa nada de momento". Carlos sonrió, entre tímido y nervioso, como siempre que se encontraba a solas con su amada-hermana.

"Suena grave… ¿Qué te ocurre, Carlos?", preguntó la joven, preocupada.

"Verás… Hace una semana apareció de la nada una ambientalista radical. Entiéndeme, ya sabes que yo mismo soy obsesivo con las prácticas ecológicamente sostenibles, pero creo que esta mujer sería capaz de degollarme con tal de evitar que pise una lechuga".

Marga rió. "Lo sé, he oído hablar de ella en el pueblo".

"¿De verdad? ¿Y qué es lo que dicen?".

"La llaman 'el bombón que no se derrite', porque aseguran que es preciosa pero tiene la calidez de un témpano. ¿Es cierto que resulta tan espectacular?", preguntó Marga medio en broma, medio en serio, mientras contemplaba a su hermano con atención.

Carlos enrojeció hasta la raíz del cabello. "Pues sí. Obviamente es muy bella, eso es un factor objetivo", murmuró, incómodo y consciente del revelador tono salmonete de su cara.

Marga Teresita sintió el absurdo pero innegable picotazo de los celos en la boca del estómago. Decidió contrarrestarlo adoptando su mejor pose ejecutiva:

"A ver si lo he entendido. Te ronda una mujer guapísima que, en lo esencial, comparte tus puntos de vista… Disculpa mi torpeza, pero ¿cuál es exactamente el problema?".

"Ahí está la cuestión: que actúa como si no compartiéramos los mismos puntos de vista. Está recorriendo la fábrica con una pequeña videocámara, entrevistando a todos los trabajadores de una forma agresiva y que los hace sentir molestos. Muchos se han quejado de su habilidad para tergiversar cualquier cosa que dicen. Ellos comentan algo positivo sobre la fábrica, el producto o su trabajo, y de inmediato ella lo retuerce para convertirlo en algo perjudicial o, cuando menos, sospechoso. Amenaza continuamente con exponer 'las miserias de la fábrica Malvarrosa' en las redes sociales, pero se muestra impermeable a cualquier prueba o demostración de que estamos haciendo las cosas bien. Es como si estuviera decidida a hundirnos, sin importar que haya motivos o no".

"Entiendo…". Margarita frunció el ceño porque, en realidad, no entendía nada. Estaba convencida de que la gestión de la fábrica siempre había sido modélica. ¿Quién podía estar detrás de esta inesperada andanada? Un puñado de posibilidades le vinieron de inmediato a la cabeza, pero sólo eran elucubraciones que tendría que investigar.

"Además de averiguar de dónde ha salido tu gélido bombón (o quién la ha enviado), se me ocurre una posible línea de acción. Voy a tener que contratar a una de esas empresas especializadas en gestión de crisis, para controlar los daños de reputación cuando se hagan públicas las hazañas inmobiliarias de Luciano. Podemos matar dos pájaros de un tiro y encargarles también el tema de la fábrica".

Carlos Adalberto se mostró visiblemente aliviado, después de haber compartido con la siempre eficaz Marga el peso de sus preocupaciones.

"Bien, me parecía importante que tú también estuvieras al tanto. Posiblemente sólo sea exceso de celo de una fanática, pero…"

"… más vale prevenir que curar", completó Marga Teresita con una sonrisa.

Los dos jóvenes se despidieron torpemente (como siempre que se encontraban a solas) y Carlos Adalberto se puso en pie, mientras le sonaba el aviso del Whatasapp. Distraído, le echó un rápido vistazo al teléfono y se quedó congelado, mirando la pantalla con incredulidad.

"¿Qué ocurre, Carlos? ¿Quién es?"

"El bombón que no se derrite. Me invita a cenar mañana por la noche para aproximar nuestras posiciones".

Convalecencia interrumpida

Entre toses, fiebres y estornudos, la griposa Victoria Marina se preparaba para pasar una aburrida tarde de sábado, reflexionando sobre las últimas aventuras de Marga y Carlos Adalberto. Este último había aceptado la invitación de la bella activista. "Reconozco que estoy intrigado. Total, las cosas no pueden ir peor, así al menos podré sonsacarle algo de información sobre sus verdaderos motivos".

Marga Teresita, celosa y convencida de que el cándido Carlos tenía más posibilidades de ser el sonsacado que el sonsacador, decidió contraatacar convocando a Ernesto Manuel a una "cena de trabajo", en un acogedor y discreto restaurante a 35 kilómetros de San Pancracio.

Victoria sintió lástima por sus dos hermanos, embarcados en sendas citas con escaso potencial romántico: por muy inconvenientes e inapropiados que pudieran resultar, eran más que evidentes los sentimientos que seguían albergando el uno por el otro. "En toda esta situación hay algo que no cuadra", pensó Victoria.

"¿Desea algo, señorita?"

Victoria Marina se sobresaltó ante la repentina y sigilosa aparición de Benicio.

"Desearía que te pusieras un cascabel para oírte llegar, Benicio", respondió Victoria con desparpajo, aunque el efecto quedó bastante deslucido por el atronador estornudo que cerró la frase.

"Eso puede arreglarse si lo considera estrictamente necesario, señorita".

Victoria contempló atónita al mayordomo. "Benicio, si no supiera que es imposible, pensaría que acabas de hacer una broma. Probablemente he oído mal y se trate de un delirio causado por la fiebre".

"Es la explicación más razonable, señorita. Bromear no se encuentra entre las atribuciones de mi puesto".

Victoria estaba perpleja. Las palabras de Benicio denotaban un insospechado sentido del humor, pero su expresión y sus gestos eran tan impenetrables como de costumbre. Estaba a punto de comentarlo cuando un sonoro timbrazo interrumpió la conversación. Con una cortés inclinación, Benicio salió para atender la llamada.

Instantes después, Victoria comprendió que la paz y el aburrimiento se habían ido para no volver. Los gritos de Patricia Juliana retumbaron por toda la casa:

"¿Cómo que no hay nadie para recibirnos? ¡Exijo la atención que mis hijos y yo merecemos!"

Con un gemido, Victoria se acurrucó en el sofá y se tapó la cabeza con la manta. "¡Socorro!"

LA CONTINUACIÓN... DEPENDE DE TI

¿Sobrevivirán los miembros más equilibrados de la familia a la convivencia con Patricia Juliana y sus retoños? ¿Logrará Carlos Adalberto derretir a la ambientalista-bombón? ¿Abrirá Marga Teresita su corazón al gallardo supervisor infiltrado?

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¿Cómo evitar los problemas de esta disfuncional familia?

¿Por qué el supervisor de nuestra historia está dispuesto a manejar con discreción los problemas del Banco Malvarrosa? ¿Bondad de corazón? Obviamente, no. Más bien se trata de un comprensible temor a las profecías autocumplidas en forma de pánico bancario. Si los depositantes creen que un banco no podrá devolver su dinero, acudirán en masa para recuperarlo antes de que sea demasiado tarde... lo que hará que, efectivamente, la entidad no tenga liquidez suficiente para hacer frente a todas las solicitudes de efectivo.

Para tranquilidad general, la mayoría de los países disponen de mecanismos para proteger el patrimonio de los depositantes (al menos, hasta una determinada cantidad) en caso de que un banco tenga que declararse en quiebra: son los Fondos de Garantía de Depósitos.


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Los ricos también quiebran por Cristina Carrillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
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